El problema final by Arturo Pérez‑Reverte

El problema final by Arturo Pérez‑Reverte

autor:Arturo Pérez‑Reverte [Pérez‑Reverte, Arturo]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Alfaguara
publicado: 2023-08-21T21:00:31+00:00


Parecía que el ángel de la muerte rondara en torno: se hallaban cerradas las ventanas, corridas las cortinas hasta dejar entrar sólo un poco de la luz exterior. Nos movíamos despacio y conversábamos en voz baja, cual si temiésemos suscitar energías malignas ocultas en el edificio. Todos los huéspedes y el personal del hotel estábamos reunidos en la sala de lectura; y cada vez que yo dejaba de hablar, haciendo una pausa para considerar lo que diría a continuación, el silencio era absoluto, casi opresivo. Los demás me miraban o lo hacían entre sí, incómodos, suspicaces. Éramos, según los indicios, los únicos seres vivos en la isla de Utakos: Paco Foxá, Vesper Dundas, Pietro Malerba y Najat Farjallah, los Klemmer, Raquel Auslander, Gérard, Spiros y Evangelia. Y yo mismo, naturalmente.

—El hecho de que un crimen parezca imposible de esclarecer no implica que no tenga explicación —comenté—. Cualquier situación la tiene, pues de lo contrario no existiría.

—Explícanosla, Sherlock —dijo Malerba, desabrido.

Le dirigieron ojeadas de reproche mientras yo callaba, molesto. Nos conocíamos bien. El tono, su habitual fanfarronería no me engañaban: tenía los ojos inquietos y parpadeaba demasiado. El cadáver del doctor Karabin lo había impresionado tanto como a los demás.

—Lo que está ocurriendo supera mis facultades —dije al fin—. Y esto ha dejado de ser un juego, si alguna vez lo fue. No estoy en condiciones de seguir desempeñando el papel que me confiaron.

—¿Por qué? —preguntó Hans Klemmer.

Parecía sincero, y quiero decir eso: que lo parecía. Los descoloridos ojos azules mostraban la inocencia, a menudo engañosa, que suelen aparentar ciertas miradas teutónicas. Su esposa permanecía a su lado, silenciosa, cogidos ambos de la mano.

—Lo he dicho muchas veces —respondí—. Esto se ha vuelto demasiado serio para mí.

—Pero tienes conocimientos, intuiciones —dijo la Farjallah, siempre de mi parte—. Posees una experiencia…

—Exclusivamente cinematográfica —la interrumpí—. Lo que necesitamos son verdaderos policías capaces de buscar huellas dactilares, descubrir indicios y todo lo necesario: investigadores profesionales y forenses que hagan autopsias como es debido.

—En ninguna historia de Sherlock Holmes aparece una verdadera autopsia —objetó Foxá.

Todos lo miraron confusos, incapaces de establecer si hablaba en broma o en serio; pero él seguía pendiente de mí.

—Sin embargo —añadió—, hay otras maneras de hacer hablar a los muertos.

—Eso no tiene sentido —dijo Klemmer.

—En cualquier caso —intervino Raquel Auslander—, nada es posible por ahora. Nos lo confirman desde la comisaría de Corfú: están muy preocupados por lo que ocurre aquí, pero no podrán intervenir hasta que se restablezcan las comunicaciones por mar.

—Imbéciles incompetentes —masculló Malerba.

La dueña del hotel lo miró con reprobación.

—Eso es injusto. El puerto sigue cerrado y hay dos naufragios en la zona, con víctimas: un velero norteamericano y una barca de pesca local. Aseguran que cuando el tiempo mejore vendrán agentes a la isla; pero el temporal durará al menos dos días más.

—¿Y qué dicen de las muertes?

—Que no toquemos nada, ni los cadáveres ni los lugares donde murieron. Que entre nosotros tomemos precauciones y nos mantengamos juntos, unos a la vista de otros, para protegernos mutuamente.



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